En medio de la pompa y la esperanza de un futuro más diáfano, el líder sandinista Daniel Ortega retomó ayer la presidencia en Nicaragua, luego de 17 años fuera del poder en ese país centroamericano.
A Nicaragua se le considera como la economía más pobre de América Latina, después de Haití. Más del 40% de su población vive en la pobreza.
La victoria de Ortega el pasado 5 de noviembre se da tras una década y media bajo gobiernos acusados de corrupción, mala distribución de la riqueza y el retorno del latifundio.
Por supuesto, los sandinistas también hicieron lo suyo en el desastre económico y social que hoy vive Nicaragua. La guerra civil y el nefasto gobierno comunista de la década de los Ochenta dejó miles de muertos, aislando al país internacionalmente.
Ortega anunció en su toma de posesión una nueva relación con su pueblo y con las naciones centroamericanas. Esta declaración hace sugerir que viene un gobierno pragmático y diferente.
Habrá que ver la relación de la Nicaragua bajo los sandinistas con Estados Unidos. Ya el presidente norteamericano George W. Bush dio el primer paso a entablar un marco de entendimiento y amistad, dejando atrás el pasado de confrontación.
Managua debe ratificar próximamente el Tratado de Libre Comercio de Centro América (CAFTA) y el incremento del comercio con EE.UU. puede ser una solución para enfrentar el desempleo y la pobreza.
La segunda oportunidad de Ortega al frente de Nicaragua nos demostrará si realmente el líder sandinista intentará aplicar un cambio de rumbo en su línea socialista y se concentra en trabajar de forma transparente, respetando la democracia y defendiendo los derechos civiles sin aplicar el clásico autoritarismo izquierdista.