Fantasmas de la felicidad
Reverendo Elisa Sierra, mujer de cuarenta años de edad con retraso mental, no podía creerlo. Ahí, en medio del andén, había un fajo de billetes. Era
Elisa Sierra, mujer de cuarenta años de edad con retraso mental, no podía creerlo. Ahí, en medio del andén, había un fajo de billetes. Era un paquete grueso con billetes de alta numeración. Lo recogió de la acera y lo guardó presurosa en su bolso.
Al día siguiente, Elisa tuvo la imprudencia de mostrarle su gran fortuna a un vagabundo. Él, tan marginado como ella, le arrebató una buena parte del dinero y salió corriendo, pero ella lo persiguió hasta hallarlo en un bar, donde lo mató, clavándole un punzón en la nuca. Lo que la desatinada mujer no sabía era que esos billetes por los que había matado al rapaz vagabundo eran billetes argentinos tan devaluados que con todos ellos no le hubiera alcanzado para pagar ni una sola comida en Buenos Aires.
¡Cuántas veces nosotros que, a diferencia de Elisa, nos consideramos del todo cuerdos, cometemos locuras por cuestiones de ínfimo o miserable valor!
Ese es precisamente el caso del esposo y padre que abandona a su fiel esposa y a sus inocentes hijos para comenzar una nueva vida con una amante que apenas conoce. ¿Qué lo lleva a echar en tierra la felicidad de su familia, por la que ha trabajado durante tantos años?
Por algo será que Jesucristo mismo calificó a Satanás como un ladrón que no viene más que a robar, matar y destruir. Es porque, aunque no debemos echarle la culpa de nuestras acciones a fin de evadir la responsabilidad de ellas nosotros mismos, de todos modos el diablo se la pasa tentándonos con el fruto prohibido, dándonos a entender que nos conviene disfrutar de él.
Si de veras queremos conquistar estas malas pasiones, más vale que acudamos a Cristo. Porque si hacemos de Cristo la cabeza de nuestra vida y de nuestro hogar, Él enriquecerá nuestra vida con valores que nos ayudarán a ganar la victoria sobre el maligno. Pues así como Satanás nos ofrece valores inmorales junto con billetes falsos y devaluados, Cristo nos ofrece valores morales junto con un paquete grueso de vida abundante y eterna. Esa es la única riqueza que jamás se devalúa.