Mariano Rivera supo manejar los pocos fracasos que tuvo
Mariano Rivera es, sin dudas, el mejor cerrador de todos los tiempos. Ser líder de la historia en juegos salvados, tanto en campaña regular como postemporada, es el resultado de la calidad y la consistencia del ex relevista panameño a lo largo de sus 19 años en las Grandes Ligas con los Yankees.
Sin embargo, ser taponero necesariamente conlleva la inevitabilidad de las derrotas. Con todo y sus 652 salvados en temporada regular, hubo 80 ocasiones en que Rivera malogró oportunidades de salvamento. En playoffs/Serie Mundial, donde el istmeño también fue el mejor con 42 rescates y una efectividad de 0.70 141.0 entradas, Rivera dejó escapar cinco oportunidades—a veces de manera bien dolorosa.
Pero después de cada tropezón, por más decepcionante que fuera para Rivera, los Yankees y su fanaticada, el taponero siempre volvió para retomar el camino del éxito. En ese sentido, tenía la mentalidad perfecta para un cerrador.
“Siempre supo pasar la página”, dijo el gerente general de los Yankees, Brian Cashman. “No tuvo que hacerlo mucho en su carrera profesional, pero él claramente tenía algo que le permitía manejar sus éxitos y, de la misma manera, sus fracasos”.
Es cierto, hubo pocos bajones. Por eso es que el domingo, Rivera será exaltado al Salón de la Fama como el primer elegido de manera unánime por la Asociación de Escritores de Béisbol de Norteamérica (BBWAA).
Al principio de 1997, nada de eso estaba escrito. Nombrado cerrador de los Yankees para aquella temporada tras su excelente 1996 como preparador del taponero John Wetteland, Rivera empezó de manera tambaleante como en encargado del noveno inning.
“De repente, era yo el cerrador de los Yankees de Nueva York”, recordó Rivera. “No había buscado eso, pero me dieron la oportunidad. Y todo estaba saliendo mal”.
Rivera malogró tres de sus primeras seis oportunidades de rescate, llegando hasta el punto de necesitar recibir un voto de confianza del manager Joe Torre. Con la ayuda de eso, más el descubrir de su nueva recta cortada aquella primavera, Rivera se convirtió en el cerrador imbatible que lo llevará a tener una placa en Cooperstown.