Díaz Herrera se refiere al "Gargantazo" de Royo
Hace poco explicamos la historia de ´El Gargantazo´ y el cierre de medios "Desde Ya. Hoy le cedemos el espacio al coronel Roberto Díaz Herrera para que aclare y puntualice sobre esos acontecimientos. Él es un testigo clave en muchos sucesos que se dieron durante el proceso octubrino que inició el 11 de octubre de 1968 y culminó con la invasión del 19 de diciembre de 1989. Apelo a la conciencia de los adultos mayores para que compartan estas narraciones con sus hijos y nietos. ¡Ellos merecen saber lo que sucedió en Panamá!
ACLARACIÓN Y AMPLIACIÓN DE HECHOS HISTÓRICOS…
“El gran maestro de periodismo y buen amigo, profesor René Hernández, en su columna diaria nos recuerda el incidente histórico de la renuncia del presidente Aristides Royo el día 31 de julio de 1982, justo en el primer aniversario del asesinato del General Omar Torrijos. El periodista en su relato hace una buena reseña. No obstante, como testigo y no por narraciones, deseo para los interesados en hechos históricos refrescar esa memoria importante.
Ese día mencionado, se celebraba una misa solemne en la Iglesia Don Bosco en Vía España. Royo se preparaba para asistir y algunos de nosotros como yo queríamos estar presentes. Royo envió al vicepresidente De La Espriella se adelantara al recibir una llamada mía desde la Comandancia- a la vez por mandato del entonces comandante Rubén Paredes “de que avisara a Royo que nos esperara en palacio que íbamos hacia allá”. Con tal orden procedente “del poder real”- como etiquetó el doctor César Quintero a los militares de la cúpula- el entonces presidente designado por el dedo de Torrijos vía la Asamblea de Representantes de Corregimientos, al igual que De La Espriella, se quedó aguardándonos en la Presidencia. En mi caso, y creo que en la de otros de los coroneles que íbamos a participar: coroneles Armando Contreras, Manuel A. Noriega- desconocíamos los deseos de Paredes. No ese día, sábado según recuerdo, pero, un par de días antes, Paredes había estado en el interior, supuestamente en El Valle de Antón, invitado por el industrial Dulcidio González, expresidente de CONEP y hombre de extrema derecha; de igual modo según mis informes también Paredes fue acompañado por la periodista Mayín Correa. Aparentemente con ellos se cocinó la idea de “que Royo debía salir por ser excesivamente permisivo con izquierdistas”.
En mi opinión y luego de mis reflexiones por ese hecho de hace 39 años, tal cosa no era cierta. Ya Royo estaba ligado al bufete de abogados “Morgan y Morgan”- grupo elitista y para nada de izquierda sino lo contrario- y uno de sus principales asesores y asiduo al palacio era don Luis H. Moreno, hombre religioso y muy conservador, exbanquero, además. Para entender más en perspectiva lo ocurrido ese día, permítanme narrar lo ocurrido en el improvisado relevo de Omar luego del complot aéreo en contra de su vida, por lo intempestivo. El sucesor por línea de escalafón militar era el coronel Florencio Flores. Este era un hombre de bien, decente y honrado, gran impulsador del deporte, en especial de niños y patrocinador de ligas deportivas. ¡Pero tenía un gran déficit para suceder a Omar! No era para nada conocedor de los intríngulis de la complejidad política que vivíamos. ¡Y no era un secreto que el real poder estaba en la Comandancia, no en manos civiles!
Se discutió en petit comité de la cúpula ¿qué hacer? Flores tenía ya cumplidos algo más de 25 años de servicios en la institución lo que daba margen legal para ser jubilado. Paredes le pidió confidencialmente al presidente Royo que lo jubilara por decreto, y este accedió ante Paredes. Me correspondió tener la copia del decreto por 24 horas. Lo sabíamos además de Paredes, Contreras y Noriega. Flores era un hombre tan humilde que nunca aspiró a autoimponerse el rango de General de Brigada; quedó solo como coronel y comandante jefe aproximadamente los siete u ocho meses de mando. No estuve de acuerdo en la manera brusca- común en él en aquel tiempo, y hoy muy moderado y reflexivo de Paredes- cuando pistola al cinto le fue a comunicar su jubilación a Chito Flores, como se le conocía. Lo maltrató y él con su carácter no lo merecía. No hubiese opuesto resistencia; era muy caballeroso. Comunicada la orden por el decreto, lo envió en compañía del teniente coronel Pedro Ayala “a acompañarlo a casa”, sin siquiera permitirle recoger sus pertenencias íntimas a su despacho.
Pasamos a narrar con detalles la “renuncia de Royo o el llamado gargantazo”. Llegamos al palacio Paredes, Contreras, Noriega y yo. Aristides, siempre caballeroso nos recibió con un sano desayuno, iniciado con menú de frutas. Nos saludó gentilmente y lo vi tranquilo; tal vez no imaginaba lo que le sobrevendría. Paredes no se sentó siquiera. Yo lo hice y probé algo de papaya. Rubén Paredes le dijo: “Mira Aristides, para ajustes políticos necesitamos que nos presentes ahora tu renuncia.” Debo reconocer el estoicismo y cierta frialdad y aplomo de Royo ante eso tan inesperado. - Casi en segundos le dijo a Paredes: “muy bien, Rubén, lo haré con gusto. Solo te pido dos cosas: “el favor de ser designado embajador en España y que nuestro apartamento tenga un guardia permanente al irnos Adela y yo”. Paredes accedió y me dio la orden de aguardar por la renuncia, mientras él, Contreras y Noriega se retiraban. Hago constar que yo tenía una buena relación con Royo y con Adela. Lo conocí antes que el mismo Omar y antes de ostentar un cargo (el primero en la Comisión de Legislación, antes de ser designado ministro de educación) Me lo presentó Aníbal González, un conocido mío de buena confianza en el año de 1969 cuando yo era Director Nacional de Tránsito. Posteriormente hicimos buena química y un par de veces me visitó en mi casa de Nuevo Reparto El Carmen.
En ese momento dramático para Royo le vi una compostura asombrosa. No se alteró e hizo llamar a su esposa Adela ante mi persona. Ella me saludó cordialmente. Le dijo: “Adelita, se cumplió nuestro sueño; nos vamos a Madrid como embajadores”. Ella lo asimiló. Entonces mandó a llamar a una secretaria- en este caso la que luego sería una asistente mía, Elizabeth Cocke. Al llegar con serenidad le dijo: “Trae papel que voy a firmar mi renuncia”. La asistente se puso tan nerviosa y alterada que Royo le dijo “vete tranquila y llámame a Lituania, una morena de unos años más, que después sería secretaria del vicepresidente Fito Altamirano Duque. Esta llegó. Tenía nervios de acero. En el interín reservadamente pregunté a Aristides: “¿has pensado como colocarás tu renuncia y los motivos?” Él me dijo: “Sí; el médico ha constatado un problema en mis cuerdas vocales” Eso será mi argumento. Me asombré. Me pareció un motivo muy banal poco creíble. (De allí surgió el nombre “del gargantazo”. A veces pensé que Royo lo hizo a nivel subliminal, como diciendo “me obligaron”)
Él dictó la carta- muy simple- a la estoica Lituania- que pronto la tuvo para ser firmada por su alto jefe. El resto es historia. Me despedí con mucha cortesía; le di un abrazo amistoso y me marché con su renuncia a la Comandancia y le entregué la carta a Paredes. Un par de horas más tarde en presencia de Paredes y la mía, el entonces “comandante de la Guardia Nacional” le daba la instrucción a Ricardo De La Espriella, “recuerda que los que mandamos estamos en los cuarteles”, frases que me parecieron inoportunas e innecesarias. Tal cosa era ya muy sabida. La ascensión simbólica de De La Espriella fue muy estresante por lo ya explicado. Estos hechos fueron los sucedidos realmente y con sus detalles.” Hasta aquí el relato de Díaz Herrera.
Las palabras del coronel jubilado le dan fuerza a mis análisis. Durante el corto periodo de Flores al frente de la Guardia Nacional.
Arístides Royo ejerció el poder real como presidente de la república. Eso, como era lógico, no cayó bien en los oficiales que seguían en la cadena de mando. A esto súmele la renuencia de Flores de aspirar al cargo de general. En esos más de 7 meses de Flores se sintió menos la fuerza de las armas y adquirió poder el inquilino del palacio de Las Garzas. Para mí que estos dos fenómenos, fueron el detonante mayor para la salida, primero, de Flores y luego la renuncia forzada de Royo.