Diego Mejía, mi joven amigo, una generación, un aprecio sin fin
Hay tantas cosas en la vida que impactan el alma: una despedida, un nacimiento, una alegría, una muerte. Algunas son pasajeras, una de ellas irremediable: la muerte, más cuando llega sigilosa y sin anuncios, inesperada y cruel, lacerante.
Hoy nos inunda un pesar del tamaño del universo, así como morderse los labios y la mente, la partida insólita de Diego.
No había un solo espacio de la campaña en que no estuviera diligente siempre, oportuno, amable en extremo, sonriente, cuestionador, empático, emprendedor nato. Wao, qué tipo de joven, qué tipo de persona, qué tipo de carisma.
Abro los ojos y te veo Diego, cierro los ojos y te veo también. Hoy eres eso: la esencia franca y entrañable de haberte conocido Diego; más no es justo ni sencillo saber q no volveremos a verte.
Empeño mis sentimientos, los reprimo, los presiono y sólo sales tú, Diego Mejía, siempre sonriente y afable.
Dios acoja tu alma, amigo mío, con la fuerza que le imprimiste en tu vida, y le conceda la fortaleza necesaria a tu padre y el responso al corazón de Marta, una madre sufrida y lacerada por tu hasta luego fugaz. Paz a tu alma.
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