Discutiendo a Blades
En su aparición en Radar, Rubén remece a la audiencia con lineamientos de un programa político muy diferenciado del usual. Incluso subordina a una sacrosanta democracia a su proyecto delineando a un dictador tipo Fujimori o Bukele que suprimen otros órganos del Estado que quedarían en manos de opositores, si se resisten la transformación radical.
Rubén y equipo debieran discutir en toda su profundidad la propuesta de una reforma tantas veces propuesta y pospuesta como la principal tarea a acometer, pero desaparece de la agenda de un ocupado gobernante. Los mandatarios sienten la necesidad de modernizar a los de abajo, sin que la dirigencia lo necesite, cuando es exactamente al revés.
Es un reto muy complejo más allá de códigos, leyes y organigramas MEF, sino de diseño institucional y de formación en métodos de gobernar que incluye transformación del gobierno central como locales. Allí, la mayoría de unos “expertos” patinan. Requerimos de un líder reformador que se autoreforme. Reformar a la dirigencia nunca está en su agenda, aunque solo sea posible dirigir bien un aparato que sea dirigible. Las fallas se acumulan, porque el piloto no sabe que no sabe.
La estrategia esbozada por Rubén Blades apunta a unificar tras "Otro Camino" a los independientes en un gran movimiento anticorrupción y clientelar. Tampoco aquél entiende lo delicado de, primero, formarse él y equipo, en cómo transformar. Pueblos siempre temerosos del cambio fracasan cuando sus dirigentes no entienden su profundidad.
Levanta resistencias al cambio expresadas en críticas personales: ego perturbado, ñamerías incoherentes que agotan su capital político, intento de apropiarse del trabajo ajeno, sancocho de disparates.
Pierde la paciencia cuando la gente malinterpreta lo que habla y escribe. Pero, de quién será culpa, ¿de aquél que exige la difícil concentración y que no se le pierda pisada, o de una audiencia acostumbrada al simplismo televisivo, mientras habla por celular o fríe un huevo? O de mensajes incoherentes de uno que “quiere hablar de temas, no de candidatos”, y aparece todos los días como si estuviera en campaña.
En su simplismo inaudito, crearía empleos ante el desmonte del gobierno clientelar. Pediría tres años. Luego llamaría a un plebiscito revocador de mandato.
Apoya a "Otro Camino", pero, exige a Lombana presente su plan. Éste riposta en TVN, en redes reposa su programa con las ideas que aquél reclama.
En el esquema de Rubén, una crisis producto de un Estado corrupto y clientelista causa un enfrentamiento entre quienes aspiran a un Panamá mejor, versus quienes practican el clientelismo y promueven unos una incultura de la preeminencia del “qué hay pa´ mi”.
Los grandes cambios en una política panameña dependiente del líder salvador se dan bajo el enorme carisma de Porras, Arnulfo y Torrijos. Rubén exuda una intención donde primaría el dominio del manido proyecto sobre las ambiciones personales reeditando el liderazgo romántico. Nunca el programa de gobierno significa más que letra muerta para el votante.
Blades cuida su credibilidad cuando decide contestar una docena y más de objeciones a sus detractores, por ejemplo: que es de izquierda, pero no comunista, que, aunque no vive en Panamá, vibra con nuestra realidad. Y sobre todo, dos que sus adversarios restregarán por el resto de su vida: que fue irresponsable en abandonar Papa Egoró y en demorar 39 años en reconocer a su hijo Joseph.
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