De algo estoy seguro. Mis abuelas y todos en mi casa me espiaron desde que comencé a gatear…¿No sé si a ustedes? Cuando di mis primeros pasos
Julio C.Caicedo / Periodista De algo estoy seguro.
Mis abuelas y todos en mi casa me espiaron desde que comencé a gatear…¿No sé si a ustedes? Cuando di mis primeros pasos me di cuenta que el gallo viejo del patio vigilaba a las gallinas para que ningún otro las pisase.
En la primaria de Villa Rosario había “sapos” que les decían a la maestra todas las vainas que uno hacía.En la loma del chivato, donde luego construyeron la capilla de la Virgen del Rosario y también la corregiduría, vivió una señora que contaba los vehículos militares de los gringos, que para esos tiempos pasaban constantemente hacia Río Hato y con solo el ruido de los aviones decía si aterrizarían en la isla de San Miguel, donde se probaban armas químicas con chivos y caballos; si descendería en Cocolí o simplemente si venía de descargar aperos en France Field.Es determinante saber.
Desde siempre el poder observar a sus enemigos y amigos.Y también es vigilado con lupa desde adentro y desde afuera por todo el mundo.
Los países que tienen embajadas no solo las mantienen para intercambios folclóricos y relaciones comerciales.Casi todas las potencias saben de qué lado cojean sus aliados y no aliados y, sobre todo, gustos y falencias de los dirigentes.Desde el principio para acá la privacidad ha disminuido por naturaleza.¡Es lo justo compa!, si no cuántos crímenes, cuántas desgracias no se hubiesen dado aquí y allá.Las chuzadas de los gobiernos, las que hace la policía, las que logran los partidos opositores y los medios de comunicación no me sobresaltan en nada.Pero sí estoy de acuerdo en el costo que sufran los empleados traidores como los señores Assange y Snowden.Aquí en Panamá lo más socorrido es dejar tranquilos tanto a la computadora como a los teléfonos a la hora de tramar, sugerir o pactar porquerías.¿Digo yo?