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¡Y era sangre de verdad!

/ La sangre que corre por nuestras venas y arterias es real, y gracias a ella, nuestro organismo se oxigena y se nutre.

Esta sangre que es bombeada por nuestro corazón va limpia y oxigenada por las arterias y vuelve sucia por las venas para ser purificada en un movimiento continuo y sin ella no podríamos vivir.

El sistema cardiovascular es perfecto y es vital para el cuerpo humano.

Cuidar con esmero de nuestro cuerpo es un mandato del Señor, porque es el vehículo del alma y templo del Espíritu Santo.

Pues la sangre que corre y tiñe las calles de nuestros pueblos y ciudades también es real y es de un rojo escandaloso, provocada por las manos asesinas que ciegan vidas de niños, jóvenes y adultos.

En el mundo, la sangre ha brotado a borbotones de las entrañas de hombres que mueren en guerras provocadas por mentes ególatras y empresas de armas sedientas de dinero.

Todo inició en la historia como un riachuelo de sangre por la pasión humana desenfrenada por la envidia y la soberbia cuando Caín mata a Abel.

Y sigue su trayecto ampliándose como un río caudaloso de sangre por los pueblos antiguos, donde reyezuelos y príncipes jugando a ser dioses invadían los reinos vecinos e imponían su cetro de hierro entre una orgía de muerte y violaciones de mujeres por crueles ejércitos.

Y esto es sangre de verdad.

Esa sangre sigue su camino y atraviesa la historia y llega a las repúblicas, reinos y dictaduras y explota en dos guerras mundiales y millones de personas, soldados y civiles son víctimas de armas cada vez más sofisticadas e inclusive más mortales, provocadas por la energía atómica.

Esta sangre como un maremoto salvaje se extiende hasta hoy gracias al narcotráfico y el terrorismo, más las guerras civiles que se han ensañado con multitud de víctimas llenando de luto familias y comunidades.

Y este drama es real, donde los ríos de sangre se convierten en mares que nos están ahogando en desesperación y llanto.

El poder infinito de la sangre del Hijo de Dios.

Su muerte y resurrección nos abrió las puertas del cielo y esa sangre apacigua la ira divina, nos asume y nos purifica, nos hace hijos de Dios Padre en Cristo Jesús.

Esa sangre es real y es del Hijo de Dios y nos conduce al paraíso.

Y gracias a esa sangre del Dios hombre seremos invencibles a la muerte eterna.

Amén.

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