Masaya, la cuna del sandinismo, una batalla campal por la revolución
Los jóvenes aseguran que si los liberan les darán a dos de los suyos que tienen en una plaza.
Jóvenes participan en una protesta hoy, sábado 2 de junio de 2018, en la ciudad de Masaya (Nicaragua). EFE
Por: Nicaragua / EFE -
"Nos están atacando. Nos están atacando". Son los gritos desesperados y desgarradores de un hombre chaparro y barbudo que se esconde detrás de una barricada. Desde primera hora, Masaya, aquella ciudad que algún día fue la cuna del sandinismo, es una batalla campal por la revolución.
En cada cuadra hay un parapeto. De bloque. De piedra. De ramas de árbol. De adoquines. De alambre de espinas. Detrás de cada uno, un grupo de gente protege la entrada. "¡Identifíquense!". "Somos prensa internacional". Revisan las acreditaciones, preguntan el medio y permiten la entrada, pero con una advertencia: "Tengan mucho cuidado, hay francotiradores".
Levantan el dedo y apuntan al cielo. A una antena telefónica. "Desde allí".
A tres kilómetros del centro empiezan las barricadas. El pueblo ha decidido protegerse. Aseguran que desde primera hora de la mañana varios vehículos con antimotines entraron al pueblo, ese lugar donde se gestó la insurrección final contra la dictadura de Somoza y que estaba considerado un bastión del sandinismo.
Entraron y empezaron a disparar. "Con todo". "Sin piedad". Un joven de 22 años, identificado como Donald Ariel López Ruiz, murió. Era de Monimbó y recibió un tiro en el pecho en el Parque San Miguel. No sobrevivió. Dicen los vecinos que deja una niña de cinco años. No saben aún si hay más muertos, pero si hablan de varios heridos.
En el Mercado Viejo de Masaya huele a humo. Está quemado. Antes era un lugar turístico de gastronomía, souvenirs, recuerdos y artesanías. Ahora está arrasado. En la esquina está la sede de la Policía Nacional, donde están atrincherados los antimotines y donde tienen presos a unos 11 civiles. Los jóvenes aseguran que si los liberan les darán a dos de los suyos que tienen en una plaza.
LEE TAMBIÉN: Nuevas excarcelaciones elevan a 79 los liberados en dos días en Venezuela
Parece que viene la calma. Una calma tensa que pronto se levanta como el mar picado. En la distancia se escuchan ráfagas de disparos. "Son de un AK". La gente se repliega. Se esconde. Nadie camina solo, todos van en grupo. Son los jóvenes los que protegen a la prensa. Y vuelven a advertir: "Tengan cuidado con los francotiradores". "Péguense a la pared".
Un niño, de apenas 10 años, se acerca. Saca del bolsillo una bala y todo risueño, ajeno al peligro, cuenta a Efe que la encontró en el parque. La ha guardado de recuerdo. En su mirada no se nota la amenaza, la inseguridad, solo la curiosidad intrínseca y genuina de un pequeño. Ajeno a este escenario casi de guerra.
Una batalla en la que los bandos no parecen igualitarios. Unos lanzan balas y otros solo morteros, piedras y lo que encuentran a su paso. El líder, al que le llaman "Chago", pasea en su moto para vigilar y para proteger a los suyos. El párroco de la iglesia les ayuda en la negociación.
Un muchacho reparte agua y refrescos. Hasta almíbar. Todo para coger fuerza. Y unos jóvenes, con su mortero en la mano, posan y gritan: "¡Estamos con todo!". No dudan en organizarse. Dicen que es para protegerse. Que la policía y los grupos paramilitares del Gobierno de Daniel Ortega los atacan. Y no están dispuestos. Ya no quieren más sometimiento.
Se acerca la tarde. Y ahí empieza el verdadero peligro. Mas la gente de Masaya y Monimbó, el barrio indígena, están unidos. Solo quieren que liberen a los suyos.