Crucificamos a Cristo

Crucificamos a Cristo

Crucificamos a Cristo

Por: Luis Enrique Morán Colaboración para Crítica -

“¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!” (Lc 19, 38), es el grito con el cual recordamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, conocida como Domingo de Ramos.

Hoy iniciamos la Semana Santa, celebración anual propuesta para reflexionar sobre la pasión, muerte y resurrección de nuestro salvador Jesucristo.

La forma en que Jesús fue recibido con vítores y la manera en la que después ese mismo pueblo gritaba a Pilato: “¡Crucifícale, crucifícale!” (Lc 23, 21), es una contradicción. ¿Cuáles son las contradicciones de mi fe y vida?

Jesús carga su cruz; no lo hace obligado, pues tenía todo el poder para librarse de ello. Él se ofrece al Padre como ofrenda perfecta por nuestra salvación “y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.” (Flp 2, 8)

Cuando obedecemos al Padre, depositamos nuestra confianza en Él, aún en las situaciones más injustas. En esa hora espantosa, Jesús reza con el salmo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22(21), 2), pero también puso su “cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado.” (Is 50, 7) Cuando tenemos clara nuestra dignidad de hijos del Padre, no hay adversidad que pueda anular la confianza de que Él nos levantará y nos redimirá.

Hoy somos crucificados en algunos momentos; y en otras ocasiones, somos los verdugos de Cristo cada vez que hacemos juicios injustos, testimonios falsos, burlas, humillaciones. Nos ponemos del lado oscuro de la muerte, afectamos la vida de otros y destruimos la propia, ahí es cuando ¡crucificamos a Cristo!

Con toda esa miseria que abunda en nuestro corazón, sobreabunda más la misericordia de Jesús. Por ello, cuando lo volvemos a clavar en la cruz, Él nos devuelve el bien y clama desde lo más hondo de su dolor: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.” (Lc 23, 34) ¡Qué incomparable amor de Cristo que no solamente clama al Padre que nos perdone, sino que excusa nuestros errores! ¡Qué mejor abogado!

Colgado en la cruz, Jesús se pasa en nivel de misericordia y se deja robar el paraíso por el “buen” ladrón. ¡Tan “buen” ladrón fue que hasta el cielo le robó a Dios! “Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»” (Lc 23, 42-43)

Ojalá cuando hayamos caído en desgracia por arrebatar a otros el fruto de la justicia [la paz] y el desarrollo humano sostenible de sus vidas, seamos capaces de arrepentirnos, ansiar los bienes celestiales y entregarnos diciendo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu.” (Lc 23, 46)

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