Opinión: ¿Quién te crees tú?
Interrumpí mi lectura, crucé mi mirada con el pasajero que iba a mi izquierda: “¡Qué ego tan alto!”, me dijo aquel, en referencia al berrinche del otro.
“¿No sabes quién soy yo?”, preguntó desafiante el hombre al tripulante de cabina, quien guardó silencio.
Interrumpí mi lectura, crucé mi mirada con el pasajero que iba a mi izquierda: “¡Qué ego tan alto!”, me dijo aquel, en referencia al berrinche del otro.
Asentí, guardé silencio, volteé a mi derecha, a través de la ventanilla miré el cielo y me pregunté: ¿Quién soy yo? ¿Quién creo ser? ¿Quién deseo ser?
Tenía 24 años. Han pasado 13 años y esas 3 preguntas siguen latentes, pues la construcción de la verdadera identidad no es una obra acabada; es un peregrinaje diario por las vías de nuestro interior; porque no solamente somos materia, sino también espíritu.
La construcción de la verdadera identidad pasa por los espacios de la soledad, por ello “toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: ‘Rabbí, bueno es estarnos aquí.
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Vamos hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’; —pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados—.
Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: ‘Este es mi Hijo amado, escúchenle’” (Mc 9, 2-7).
Jesús muestra su divinidad. No solo es hombre, sino Dios. Él nos invita a la transfiguración. ¿Nos transfiguramos en personas de luz o de oscuridad? Además, nos exhorta al descubrimiento de nuestra verdadera identidad. ¿Acaso somos lo que tenemos, lo que acumulamos, los puestos que ocupamos, glorias pasajeras?
Elías y Moisés hablando con Jesús representan a nuestros antepasados quienes nos preceden en nuestra verdadera identidad.
La idea de Pedro, de quedarse en la gloria del monte Tabor y el silencio de Jesús ante esa idea, nos revela que, para llegar a la gloria eterna, se atraviesa primero por los sacrificios diarios. Es decir, no hay gloria sin cruz.
El silencio de Jesús no se queda en el monte Tabor [ni se encierra en el templo], pasa a la acción y baja a la realidad de su Galilea. Antes de eso, el Padre interviene: “Este es mi Hijo amado, escúchenle”.
Descubrir ¿quién es Jesús y quién soy realmente yo? pasa por la escuela del silencio y la escucha atenta; es un elevarnos al encuentro con nosotros, con lo eterno y El Eterno, y bajarnos a la acción de nuestra realidad.
Y tú, ¿quién te crees que eres