El Padre nuestro patriota
Por: Hermano Pablo -
Nació en Cartagena en 1784. Sólo tenía ocho años de edad cuando su padre lo mandó a Cádiz para que se educara con sus influyentes tíos. Allí en Cádiz se relacionó con bastantes jóvenes americanos de distinción, entre ellos José de San Martín.
Cuando murió su padre, retornó a Santa Marta, adonde su padre se había trasladado a raíz de los sucesos del 11 de noviembre de 1811. Quiso la suerte que allí el bárbaro de Labatut, suponiendo que el joven era realista como su padre, lo mandara preso para Cartagena y lo metiera en la Inquisición.
Poco después, el general San Martín, que lo recordaba y apreciaba sus habilidades, se lo llevó para Chile, donde en breves meses lo nombró Ministro de Relaciones Exteriores. De allí San Martín se lo llevó para el Perú para que fungiera primero como Ministro de Gobierno, y luego como Ministro de Relaciones Exteriores.
Cuando murió Bolívar, fue exiliado, pues era partidario del sistema monárquico de gobierno, y hasta apoyó la Constitución Bolivariana en 1829 en su libro titulado Meditaciones colombianas. Pero el general Juan José Flores aprovechó aquel exilio para designarlo Ministro de Hacienda del Ecuador, y posteriormente ministro diplomático del Ecuador en Chile. Finalmente fue exiliado también de Chile, y se refugió en México, donde murió.
Se trata de don Juan García del Río, uno de esos hombres asombrosos que sólo producen las grandes crisis y revoluciones. He aquí su parodia del padrenuestro, conocida como «el padrenuestro patriota»: «Padre nuestro que estás en Madrid, bien detestado sea tu nombre. Acábese muy pronto tu reinado; no se haga tu voluntad ni en esta tierra ni en otra alguna. Déjanos nuestro pan cotidiano. Perdónanos los deseos que tenemos de ser libres, así como nosotros perdonamos a los que nos han sacrificado en tu nombre. Y no nos hagas sentir más tu opresión, sino líbranos, señor, para siempre, de ti y de los tuyos. Amén.»1
Ahora bien, si esta parodia de García del Río nos lleva a reflexionar sobre el padrenuestro original, de modo que le agradezcamos a nuestro Padre celestial su reinado democrático en nuestro corazón, el sustento diario, el perdón de nuestras deudas, la protección contra el mal, y la libertad física y espiritual, entonces se habrá cumplido el propósito de Jesucristo al enseñárnoslo: de que al orar, no hablemos sólo por hablar.