Hambre
Por: Milcíades Ortiz Catedrático -
Primero las tripas comenzaron a “rugir”. Eso significaba que el cuerpo te pedía alimentos. La boca se pone seca, pero si ves comida, se te “hace agua la boca”. Después sientes punzadas en el estómago que se convierten en ardor. Tomas agua para engañar el estómago, eso dura poco. Le sigue una fatiga, te sientes lento y con sueño. Tratas de entretener la mente para no acordarte de que no tienes qué comer. El adulto puede disimular mejor esta situación de hambre y soportarlo un poco más. Los niños no. En voz alta piden comida. Después viene el llanto por el hambre que no aguantan.
Los padres sienten dolor en el alma por no poder darles un bocado de comida a los hijos que claman por ella. No les extrañe que hagan algo que tal vez no sea lo más correcto para alimentar a sus hijos… Esto no sucede en un remoto país africano. Es una vergüenza para Panamá que las Naciones Unidas hayan contado casi 400 mil panameños que padecen de hambre. Imagino que hay más que no fueron descubiertos. Muchos de estos hambrientos están en las comarcas indígenas y áreas campesinas. Se trata de esos mismos pueblos originarios que tienen que sufrir por millonarias hidroeléctricas que no evitarán el hambre.
Esto sucede en una nación llena de riquezas, donde sobra el dinero para regalar veinte mil dólares a cada jugador de fútbol. El mismo país cuya ciudad se llena cada día más de rascacielos que cuestan millones. O edificios públicos que parecen palacios árabes. Lo peor es que tenemos realidades que dan pena. Por ejemplo de cada diez panameños hay cuatro con sobrepeso y obesidad. De cada cuatro adolescentes, uno tiene exceso de peso lo que afectará en años venideros su salud.
Mientras algunos politiqueros se la pasan pensando cómo van a mejorar su nivel de vida, no es extraño ver niños indígenas amarillentos de tanto comer plátanos. Los gobiernos deben preocuparse más por corregir estas carencias de panameños humildes, que sufren el hambre a diario. Hay que respaldar a los agricultores para que siembren más y la comida no falte en la mesa de ningún panameño por humilde que sea.