Lo que todos necesitamos oír
Nació en Caracas, Venezuela, en 1954. Pero cuando tenía solo tres años, sus padres, inmigrantes italianos, se lo llevaron de vuelta a Italia, donde desarrolló su afición
Nació en Caracas, Venezuela, en 1954. Pero cuando tenía solo tres años, sus padres, inmigrantes italianos, se lo llevaron de vuelta a Italia, donde desarrolló su afición al fútbol, deporte que posteriormente practicaría dondequiera que se encontrara. Allí se formó hasta cumplidos los trece años, cuando sus padres decidieron regresar a Venezuela.
Terminado el bachillerato, optó por inscribirse en el Conservatorio de Caracas para estudiar piano y formarse como compositor, pues solamente la música le proporcionaba un método polifónico para armonizar la cultura italiana con la venezolana.
De no haberse formado así, tal vez Franco Atilio De Vita De Vito no hubiera llegado a componer más de un centenar de canciones en más de una decena de discos, entre los que se destacaría su tercer álbum “Al norte del sur”, en 1988, obteniendo discos de oro y de platino. En ese álbum grabó la canción, “Te amo”, que ocupó el puesto número seis en nuestra encuesta «Su canción popular favorita»:
¡Ay, si nos hubieran visto!:
Estábamos allí sentados frente a frente.
No podía faltarnos la luna,
y hablábamos de todo un poco,
y todo nos causaba risa, como dos tontos.
Y yo que no veía la hora...
Y de pronto nos rodeó el silencio,
y nos miramos fijamente uno al otro,
tus manos entre las mías.
Tal vez nos volveremos a ver.
Mañana no sé si podré, que estás jugando.
Me muero si no te vuelvo a ver,
y tenerte en mis brazos y poderte decir:
Te amo, desde el primer momento en que te vi;
y hace tiempo te buscaba, y ya te imaginaba así.
Te amo, aunque no es tan fácil de decir,
y defino lo que siento con estas palabras:
Te amo.
«[Yo] me concibo... muy romántico —dijo Franco De Vita en una entrevista—. Logro escribir letras sobre el amor con las que la gente se identifica [y] las hace suyas». Tenía razón, ya que antes de su entrada en un concierto, sus admiradores le han gritado: «¡Te amo!», y se han enloquecido con solo escuchar los primeros acordes. Es que a todos nos hace falta que nos digan: «Te amo», no solo nuestros abuelos y nuestros padres, no solo nuestros hijos y nuestros nietos, sino también, y más que nadie, nuestra pareja, nuestro cónyuge, y no solo con sinceridad, sino también con frecuencia, una y otra vez, sin jamás dar por sentado esas palabras que nos suenan a música celestial.