Recuerdos

Los niños de Parque Lefevre, hace más de 60 años, sabíamos que venía la Semana Santa cuando oíamos el canto melancólico de

Milciades Ortiz Milciades Ortiz

Los niños de Parque Lefevre, hace más de 60 años, sabíamos que venía la Semana Santa cuando oíamos el canto melancólico de las cigarras.

Además, el sol era distinto y producía cierto ambiente de tristeza en algunos. En mi familia, la abuela materna me pedía que la llevara a ver películas religiosas. Siendo un adolescente no me daba vergüenza ir en un bus con la simpática viejita chiquita y rechoncha que vino de Italia. Tenía que aguantarme por horas a romanos y judíos, gente mala y buena y, por supuesto, los milagros. Abuela casi ni respiraba viendo los hechos religiosos contados con la maravilla del color y el sonido estereofónico de Hollywood. Era lo único que me pedía en todo un año.

De adolescente podía usar el auto de papá y terminó la aventura de empujar a la gordita para que pudiera subir a los buses... Pero allí no terminaban los eventos en mi familia. La tía Elida nos llevaba a la fuerza a mi hermano Orlando y a mí para recorrer siete iglesias por el Casco Viejo. Luego de visitar dos o tres nos quejábamos de que “todas eran iguales”. Eso no impedía el recorrido. Ya de muchachos buscábamos cualquier excusa para no acompañarla... Mamá nos exigía ir por lo menos a una procesión. Ya más grandes nos daba algo de pena que nos vieran caminando lento, con la cabeza baja y cara de recogimiento. Para aliviar la situación inventamos “maldades” ingenuas. La más sencilla era pisarle la falda a alguna niña simpática que marchara delante de nosotros.

Por lo general, la afectada se sonreía demostrando que tampoco estaba muy a gusto con la caminata. Una vez inventamos tirar cáscaras de huevo llenas de polvo a los que iban atrás. Más grandes decidimos horrorizar a la madre y la tía “demostrando” que eran falsas ciertas creencias de Semana Santa.

Eso de no subir árboles porque nos convertiríamos en monos era fácil de desmentir. Si nos resbalábamos... era por “tentar al diablo” decía la tía. Por suerte no nos veía cuando íbamos a Panamá Viejo y nos metíamos al mar... ¡y no nos convertíamos en pescados! Eso de pegarle al árbol que no daba frutos a veces resultaba y no pregunten por qué. Realmente no éramos irreverentes, sino chiquillos inquietos y curiosos. A veces nos llevábamos cualquier “pellizcón” por necios...



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