Sentir
Por: Milcíades Ortiz Catedrático -
La mayoría de los chiquillos no tenía idea de por qué estaban allí. Los primos aprovechábamos el acontecimiento para conversar y… ¡jugar! Poco caso se hacía a los gritos de nuestros padres llamándonos al orden. Insistían que era una fecha muy seria, para rendirles tributo a parientes y amigos desaparecidos de este mundo. Recuerdo como si fuera ayer las impresionantes lápidas de tumbas del Cementerio Amador, hace más de sesenta años. Muy afanosos estaban algunos señores quitándole la hierba y pintando tumbas. Durante todo el año no hubo la preocupación por embellecer lo que llamaban “la última morada”. Enormes árboles llamaban la atención de los niños. El juego “al escondite” entre las tumbas desesperaba a nuestros mayores. Era un sacrilegio (¡!), nos decían sin que entendiéramos la palabra.
A mí me hablaban de mi abuelo Tomassino. Había venido de Italia con su abuelo y una hija, buscando un mejor lugar “bajo el sol”, como dirían residentes de la playa de Juan Hombrón. Por amarillentas fotos conocíamos la cara del abuelo fallecido hace muchos años. Escenas parecidas sucedían en otros cementerios, aunque el de Amador era el principal. Con los años se redujo el número de parientes en esas visitas. Estaban enterrados en otros lugares porque allí “ya no se cabía”. Estos recuerdos de mi niñez aparecen con intensidad todos los días de los difuntos. No es lo mismo ver un pequeño espacio cuadrado con las cenizas de nuestros difuntos. Tampoco las paredes (bóvedas) llenas de cuerpos de quienes nos quisieron o simplemente conocimos. Aunque se sabe que ahí están despojos y no el alma de ellos, siempre sentimos su presencia.
Nos dicen que pensemos en los momentos felices que disfrutamos con ellos. Pero muchos no podemos evitar una lágrima y un dolor en el pecho. Frecuentemente nos criticamos por no haber estado más tiempo con estos seres queridos. A veces ese complejo de culpa se lleva en el corazón por años… De niños no entendíamos eso de la muerte. Hay muchos adultos que tampoco se explican este destino de seres humanos, animales y plantas. No podemos luchar contra la esencia del existir. Hay teorías que tratan de explicar la situación. Algunas no convencen. Es lamentable aquella frase del “muerto al hoyo… y el vivo al bollo”. Con el tiempo los errores y mala actuación de los difuntos van desapareciendo de nuestras mentes…