Testigo de un accidente aéreo

El ruido fue ensordecedor, era como si un meteoro cayera al pavimento. A los pocos segundos, un fogaje se apoderó del perímetro; la gente corría de un

René Hernández González René Hernández González

El ruido fue ensordecedor, era como si un meteoro cayera al pavimento. A los pocos segundos, un fogaje se apoderó del perímetro; la gente corría de un lado a otro, mientras un grupo de amigos y yo deteníamos el juego de dominó. Estábamos a menos de 20 metros de la tragedia. El reloj de mi celular marcaba la 1:48 p.m. del 29 de mayo de 2008. Un ruido estruendoso se oyó; pensé que un meteorito había caído o que una bomba había explotado. Luego de segundos de estupor, de asombro, me dirigí al lugar de donde provino el ruido y el calor.

Observé parte de la cabina de un helicóptero y oí la voz desesperada de alguien que preguntaba ¿cómo están los demás? A cinco metros yacían tirados varios cuerpos que no mostraban signos de vida. El sitio donde cayó el aparato está ubicado entre la calle Q y la Avenida Central, corregimiento de Calidonia.

Mi conciencia comenzó a luchar; una parte de ella apostaba por el ejercicio de la profesión y la otra me recordaba la solidaridad en acontecimientos como este. Gracias a Dios, pudo más la nobleza, la moral, la ética. Al sitio llegaron patrullas de la Policía Nacional, del Cuerpo de Bomberos y del Sistema Nacional de Protección Civil. Luego supe que el piloto murió a las pocas horas.

RPC fue el primero en difundir los sucesos de la caída del SAN 100; después del despacho noticioso llegaron camarógrafos, fotógrafos y decenas de periodistas.

Las autoridades calificaron el hecho como error humano, aunque fuentes que pidieron reserva de su identidad resaltan que la falta de mantenimiento y la ausencia de unas piezas pudieron ser la causa del siniestro. Se perdió casi una docena de vidas, la más relevante de ellas la del jefe de carabineros de la hermana República de Chile, José Alejandro Bernales. Además de Bernales, murieron su esposa, Teresa Bianchini; el comandante Oscar Tapia y su esposa, Carolina Reyes Cruz; el comandante Ricardo Orozco Ugalde y el capitán Mauricio Fuenzalida, todos ellos chilenos.

Ernaldo Carrasco, único sobreviviente, días después declaró que fallas mecánicas y errores humanos motivaron el accidente. Dejo constancia de que lo primero que le escuché a Carrasco fue preguntar por la seguridad de los demás pasajeros del SAN-100. A la subcomisionada María de Celis, chilena nacionalizada panameña, fallecida en el accidente, la conocí en 1981, cuando ella trabajaba en la Dirección de Asuntos Estudiantiles del Ministerio de Educación. Me dolió mucho ver cómo quedó, al igual que la situación de los demás.

El helicóptero viajaba de la ciudad de Colón hasta la capital. El aparato debió aterrizar en el hotel Miramar, pero los fuertes vientos lo impidieron. El hecho ocurrió en el último año de gobierno de Martín Torrijos. El caso se cerró con una indemnización y las respuestas diplomáticas respectivas hechas por la administración de Ricardo Martinelli. También recibieron compensación los familiares de los panameños muertos. Panamá desembolsó casi $10 millones en este proceso. (El autor fue secretario de Prensa de la Presidencia de la República).



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