'La pollera se ha vuelto escenario de competencias absurdas'
Es hora de detenernos. De volver a los orígenes, de honrar el folklore con respeto, no con ridiculez. De entender que la verdadera riqueza no está en el peso del oro, sino en la profundidad del simbolismo.
Nuestra pollera no es solo un traje: es el hilo dorado que teje nuestra historia, el susurro de las manos que la bordaron con devoción, el reflejo de un pueblo que encontró en sus vuelos y motivos la esencia misma de su identidad. Pero hoy, ante el espejo de la modernidad, nos miramos y preguntamos: ¿En qué le hemos convertido?
Hemos tomado esta obra de arte, nacida del sudor y la paciencia de nuestras artesanas, y la hemos convertido en un espectáculo de excesos. Donde antes había elegancia sobria, ahora hay desaciertos que gritan y agreden nuestra tradición; donde el tembleque bailaba con gracia natural, ahora pesa el oropel de la ostentación. La pollera, que antes era símbolo de orgullo, se ha vuelto escenario de competencias absurdas, donde lo que importa no es el amor al folklore, sino quién carga más oro, quién gasta más, quién brilla más… aunque ese brillo lastime los ojos de la tradición.
¿Cuándo perdimos el rumbo? ¿Cuándo dejamos de ver la pollera como un legado y la convertimos en un capricho vano? Las manos celestiales de nuestras maestras artesanas de antaño —esas que dibujaron flores con hilos de colores, que convirtieron la tela en poesía— hoy ven su obra mutilada por diseños que priorizan el impacto sobre la autenticidad. Se le añade lo que no necesita, se le quita lo que la hace única, se la fuerza a ser algo que nunca fue.
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Y en este camino, no solo deformamos un traje, sino que desgarramos nuestra identidad. Porque la pollera no es solo tela: es la herencia de los pueblos, el orgullo del campo, la dignidad de la mujer panameña. Cuando la convertimos en simple objeto de lujo, reducimos a cenizas el significado que llevó siglos construir.
Es hora de detenernos. De volver a los orígenes, de honrar el folklore con respeto, no con ridiculez. De entender que la verdadera riqueza no está en el peso del oro, sino en la profundidad del simbolismo. Nuestra pollera merece ser amada, no explotada; admirada, no envilecida.
Panamá, es tiempo de recordar quiénes somos. Antes de que solo nos quede el traje… y hayamos perdido el alma.