El Vidajena
Por: Redacción -
El pasiero Cholito Digno, de 35 años, llegó a la gran ciudad como muchos otros interioranos, con la cabeza poblada de sueños. Pensaba que iba a volverse rico de la noche a la mañana y que volvería rico a su pueblo conduciendo un auto Bugatti, el que dicen que es el más caro del mundo para darle envidia a los demás paisanos que seguirían naufragando en la pobreza.
A su llegada a la capital el pasiero tenía 17 años y era analfabeto. No le quedaba otra salida que emplearse en una construcción como pinche o borriguero, pero observando el trabajo de los obreros especializados se convirtió en un buen albañil y pudo ganar buen chenchén.
Entonces dejó de habitar una pensión administrada por una vieja con cara de limón agrio y bien grosera, que se sentaba a la entrada a ver si algún huésped llevaba a alguna curvilínea para meter al chantin, de esas chichis que levantaban en los bailes típicos.
Los demás obreros de la construcción que vivían en aquella casa de madera ubicada en San Francisco y que jugaban dominó todas las noches y bebían chirrisco cuando estaban bien embiombados salomaban como si estuvieran en la campiña y nadie podría llamarles la atención porque de inmediato sacaban su rula (machete largo y bien afilado) y retaban a duelo a los que gritaban que no era hora de salomar.
Digno quería salir de ese ambiente y unos cholitos de su mismo pueblo lo ayudaron a conseguir un chantin en el patio limoso. No era gran cosa, no era una superación, pero algo era algo. El pasierazo siempre ha sido muy ahorrativo. Apenas cobraba su sobrecito amarillo con buco