A quien madruga Dios le ayuda: así es la vida del puerto Palo Seco en Panamá

El sol aún no se asoma para calentar un poco la tierra luego de una noche lluviosa debido a los efectos de una tormenta, pero en el puerto de Palo Seco, en el Pacífico de Panamá, ya los pescadores están en movimiento.
Adán Pérez repara un trasmallo bajo un frondoso árbol de almendras, un lugar ideal para protegerse del sol cuando está en todo su esplendor, y comenta a Efe cómo es la vida en Palo Seco, donde los pescadores "salen al mar desde tempranas horas y otros están desde la noche anterior".
Agencia / EFE

 

Un pescador recoge un ancla antes de zarpar en el puerto de Palo Seco, en el Golfo de Montijo en Mariato, Veraguas (Panamá). EFE/ Bienvenido Velasco

Una carga de pescados en el puerto de Palo Seco, en el Golfo de Montijo en Mariato, Veraguas (Panamá). El sol aún no se había asomado para calentar un poco la tierra luego de una noche lluviosa debido a los efectos de una tormenta, pero en el puerto de Palo Seco, en el Pacífico de Panamá, ya los pescadores están movimiento.
 

En Palo Seco, situado en la provincia panameña de Veraguas y unas cinco horas de viaje por carretera de la Ciudad de Panamá, se vive al ritmo suave de las olas, no hay apuros, al punto de que a nadie le importa si la selección panameña de fútbol juega un partido amistoso o si la pandemia de la covid-19 está acabando con el mundo.

A las siete de la mañana, a los lejos se ve que aprieta el paso una lancha, los perros y los gallinazos alertan el regreso de la primera embarcación, y como por arte de magia aparecen personas que toman sus puestos de trabajo y el puerto toma vida.

En este pueblo la vida es tranqujila, a nadie le importa si la selección panameña de fútbol juega un partido amistoso o si la pandemia de la covid-19 está acabando con el mundo.

A las siete de la mañana, a los lejos se ve que aprieta el paso una lancha, los perros y los gallinazos alertan el regreso de la primera embarcación, y como por arte de magia aparecen personas que toman sus puestos de trabajo y el puerto toma vida.

Ya descargado el pescado, entran en acción las mujeres, que con todas las medidas de bioseguridad y cuchillo en mano, se ponen a limpiar el pescado y a prepararlo para que salga esa primera carga del día hacia los puestos de venta.

El trabajo se detiene cuando la camioneta gris se va con las neveras llenas de pescado y el puerto, luego de una limpieza, vuelve a quedar en silencio... como si nada hubiese pasado.

Se teje un trasmallo, roto por una mantarraya que intenta robar algo de la pesca del día, y rezonga: "el pescador no gana mucho y todo el trabajo depende del día y si el mar es benévolo. En una semana puedes ganarte unos 200 dólares" que se reparten entre el bote, el capitán y el marino.

Y cómo con esa ganancia se costean los gastos, que se pueden elevar hasta los "800 dólares en solo tres trasmallos, boyas e hilos: gracias a Dios eso lo absorbe la cooperativa, de lo contrario fuera difícil ser pescador por aquí

La espera de la hora y media del regreso del bote Kawabunga con pescadores se hizo larga. El puerto vuelve a tomar vida a su llegada.
Uno se muestra satisfecho por los frutos que le concedió el mar, por lo menos con 20 libras de pescado pero solo cayeron dos camarones y algunos tiburones pequeños que fueron devueltos al mar.

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