Mundo - 07/3/14 - 06:57 AM

Benedicto XVI habla de Juan Pablo II en su primera entrevista tras renuncia

La primera de las entrevistas es a Joseph Ratzinger y en algunos de los extractos de la conversación, recogidos hoy también por el diario Corriere della Sera, Benedicto XVI reconoció que cada día que pasó junto a Wojtyla iba teniendo "cada vez más claro que Juan Pablo II era un santo".

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Roma
EFE


 El papa emérito Benedicto XVI cree que Juan Pablo II "era un santo" y que cada día que pasaba junto a Wojtila lo tenía "cada vez más claro", según ha dicho en la primera entrevista que concede tras su renuncia hace un año y que será incluida en una libro sobre el pontífice polaco.
El periodista polaco Wlodzimierz Redzioch, colaborador de la agencia de información religiosa Zenit, es el autor de un libro que se publicará en breve en Italia, titulado "Junto a Juan Pablo II. Los amigos&los colaboradores cuentan", y que recoge 21 entrevistas a personas cercanas a Karol Wojtyla con motivo de su canonización el 27 de abril.
La primera de las entrevistas es a Joseph Ratzinger y en algunos de los extractos de la conversación, recogidos hoy también por el diario Corriere della Sera, Benedicto XVI reconoció que cada día que pasó junto a Wojtyla iba teniendo "cada vez más claro que Juan Pablo II era un santo".
"Sobre todo hay que tener en cuenta su intensa relación con Dios, su estar inmerso en la comunión con el Señor. De aquí venía su alegría, en medio de las grandes fatigas que debía pasar, y la valentía con la cual cumplió su tarea en un tiempo realmente difícil", describió Ratzinger.
El papa emérito, que renunció al pontificado el 28 de febrero del año pasado, destacó que "Juan Pablo II no pedía aplausos, ni miró nunca alrededor preocupado por cómo serían acogidas sus decisiones. Él ha actuado a partir de su fe y sus convicciones y estaba preparado también para sufrir los golpes".
"La valentía de la verdad es a mis ojos un criterio de primer orden de la santidad", agregó.
Para Benedicto XVI, el compromiso de Wojtyla "fue incansable, y no solo en los grandes viajes, cuyos programas estaban cargados de encuentros, desde el inicio hasta el final, sino también día tras día, a partir de la misa matutina hasta la noche tarde".
El papa alemán cuenta como anécdota que durante la primera visita en Alemania (1980) de Juan Pablo II, éste decidió que debía tomarse una pausa más larga a medio día.
"Durante ese intervalo me llamó a su habitación. Le encontré recitando el breviario y le dije: "Santo Padre, debe descansar"; y él contesto: "puedo hacerlo en el cielo".
A Benedicto XVI le sorprendió sobre todo "la fascinación humana que él emanaba y, de cómo rezaba, y cuán profundamente estaba unido a Dios".
"Mi recuerdo de Juan Pablo II está lleno de gratitud. No podía y no debía intentar imitarlo, pero he intentado llevar adelante su herencia y su tarea lo mejor que he podido. Y por eso estoy seguro que todavía hoy su bondad me acompaña y su bondad me protege", confesó el papa emérito.
Sobre la relación que comenzó cuando llegó en 1981 como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe explicó que "la colaboración con el Santo Padre estuvo siempre caracterizada por amistad y afecto".
Ratzinger explicó que solía comer con los obispos que venían de visita al Vaticano y que aunque "eran casi siempre comidas de trabajo en los que a menudo se proponía un tema teológico (...) siempre había lugar también para el buen humor. El papa reía con ganas y así esas comidas de trabajo, aún en la seriedad que se imponía, de hecho eran también ocasiones para estar en agradable compañía".
Respecto a los desafíos doctrinales afrontados juntos, Benedicto relató que lo primero en afrontar fue el de la "Teología de la Liberación que se estaba difundiendo en América Latina" que "era opinión común que se trataba de un apoyo a los pobres y que por tanto de una causa que se debía aprobar sin duda. Pero era un error".
Fruto de esta colaboración fueron las dos "Instrucciones sobre la Teología de la Liberación" publicadas por Ratzinger y en las que la Iglesia católica no aprobaba la perspectiva de afrontar la pobreza.
"La fe cristiana era usada como motor por este movimiento revolucionario, transformándola así en una fuerza de tipo político. Las tradiciones religiosas de la fe eran puestas al servicio de la acción política. De tal manera la fe era profundamente distanciada de sí misma y se debilitaba así también el verdadero amor por los pobres, recordó Ratzinger sobre las conclusiones de sus trabajos.

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