noches-placer - 30/7/13 - 03:24 PM
Tinaquero tras la más fina
Recorría mi mirada lujuriándolas, sin embargo, sospeché que me miraban como un pobre diablo... Si era así, no estaban equivocadas... Pendejas no son...
Cada una hace del lugar un pedazo del jardín del Edén. Allá, sin buenas tetas y buenos culos no hay paraíso... Basta lujuriar un poco para notar que las que no tenían esos grandes atributos, les pusieron silicona y ¡santo remedio!
Lucen tan puras y virginales como el transparente blanco del corpiño y de las medias que llevan. Tienen más kilometraje que los que tiene una abuela.
No tengo carro, por lo tanto llegué caminando. A la entrada no se cobra. Al pasar la puerta, hallé un pequeño y acogedor recibidor. Ahí estaban dos sentadas, una de ellas se lamentaba con acento colombiano: “¡qué pena que no sepa hablar inglés!”.
Por el pequeño, pero lujoso local, se pasean al estilo de las diosas del placer. Al igual que ellas, la mayoría de los hombres parecían extranjeros. Nosotros, dos panameños del común y silvestre. Una atajó a mi colega y al poco tiempo de hablar con él, lo dejó... Creo que le vio la cara de limpio...
Las luces de neón azul hacían un sensual juego de combinaciones con el uniforme blanco de ellas. A la izquierda está el bar. Allá, lo que sobraba era el licor exclusivo, lo que nos hacía falta era la plata. Cada uno, nos limitamos a pedir una cerveza nacional, $10 era el precio de cada bebida.
Aquel Edén se llama Le Palace Night Club. Está estratégicamente ubicado en pleno corazón del Centro Bancario Internacional de Panamá. Allá, por esas calles donde el billete corre de día por transacciones comerciales; de noche corre por transacciones carnales. El local está diseñado como un pequeño teatro con butacas y mesas. Al centro hay una reducida tarima en la que ellas se presentaban cada media hora. No tienen tubo, pero sí un sofá y bastón para menear y demostrar que tienen poder...
Recorría mi mirada lujuriándolas, sin embargo, sospeché que me miraban como un pobre diablo... Si era así, no estaban equivocadas... Pendejas no son...
Con algo de pena me atreví a preguntar a uno de los bartender: “cuánto es el precio por una de las chicas”, a lo que el hombre respondió: “$155 por sacarla del local y ellas le cobran otros $250”. Al oír esa respuesta, me sentí como un perro; no tanto por andar arrecho, sino por limpio y metido en putero fino...
Lucen tan puras y virginales como el transparente blanco del corpiño y de las medias que llevan. Tienen más kilometraje que los que tiene una abuela.
No tengo carro, por lo tanto llegué caminando. A la entrada no se cobra. Al pasar la puerta, hallé un pequeño y acogedor recibidor. Ahí estaban dos sentadas, una de ellas se lamentaba con acento colombiano: “¡qué pena que no sepa hablar inglés!”.
Por el pequeño, pero lujoso local, se pasean al estilo de las diosas del placer. Al igual que ellas, la mayoría de los hombres parecían extranjeros. Nosotros, dos panameños del común y silvestre. Una atajó a mi colega y al poco tiempo de hablar con él, lo dejó... Creo que le vio la cara de limpio...
Las luces de neón azul hacían un sensual juego de combinaciones con el uniforme blanco de ellas. A la izquierda está el bar. Allá, lo que sobraba era el licor exclusivo, lo que nos hacía falta era la plata. Cada uno, nos limitamos a pedir una cerveza nacional, $10 era el precio de cada bebida.
Aquel Edén se llama Le Palace Night Club. Está estratégicamente ubicado en pleno corazón del Centro Bancario Internacional de Panamá. Allá, por esas calles donde el billete corre de día por transacciones comerciales; de noche corre por transacciones carnales. El local está diseñado como un pequeño teatro con butacas y mesas. Al centro hay una reducida tarima en la que ellas se presentaban cada media hora. No tienen tubo, pero sí un sofá y bastón para menear y demostrar que tienen poder...
Recorría mi mirada lujuriándolas, sin embargo, sospeché que me miraban como un pobre diablo... Si era así, no estaban equivocadas... Pendejas no son...
Con algo de pena me atreví a preguntar a uno de los bartender: “cuánto es el precio por una de las chicas”, a lo que el hombre respondió: “$155 por sacarla del local y ellas le cobran otros $250”. Al oír esa respuesta, me sentí como un perro; no tanto por andar arrecho, sino por limpio y metido en putero fino...