Opinión - 12/9/13 - 11:12 PM

Dios entiende esas cosas

Reverendo «El hecho de que Ángela Vicario se atreviera a ponerse el velo y los azahares sin ser virgen había de ser interpretado después como una

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Hermano Pablo / Reverendo

«El hecho de que Ángela Vicario se atreviera a ponerse el velo y los azahares sin ser virgen había de ser interpretado después como una profanación de los símbolos de la pureza. Mi madre [Luisa Santiaga] fue la única que apreció como un acto de valor el que hubiera jugado sus cartas marcadas hasta las últimas consecuencias. “En aquel tiempo —me explicó—, Dios entendía esas cosas”».

Esta cita es de la extraordinaria novela del Premio Nobel Gabriel García Márquez titulada “Crónica de una muerte anunciada”. En ella vemos que Ángela Vicario le da la impresión a la gente de que se ha conservado virgen hasta el día de su boda. Lo hace por varias razones: porque cree que no va a ser descubierta, porque no quiere que nadie piense mal de ella, pero sobre todo porque sabe que su novio jamás se casaría con ella si supiera la verdad.

En la cultura de hoy se pasan por alto muchas cosas que no se toleraban en la de aquel entonces. Pero lo que sí tienen en común aquella época y la actual es que se aprobaba que el hombre se casara sin ser virgen, mientras que a la mujer se le condenaba por eso mismo. Aun estando consciente de esa injusticia, Ángela se casa «con todas las de la ley», aparentando castidad. Su esposo descubre el engaño la noche misma de la boda y le paga vergüenza con vergüenza: la devuelve a su madre. Esta, que irónicamente se llama Pura Vicario, en lugar de consolar a su hija, durante las dos horas siguientes le propina tal paliza que la deja con la cara macerada a golpes. De ahí que Ángela posteriormente diga: «Lo único que recuerdo es que me sostenía por el pelo con una mano y me golpeaba con la otra con tanta rabia que pensé que me iba a matar».

Luisa Santiaga tenía razón al concluir que «en aquel tiempo Dios entendía esas cosas», pero parecía desconocer que Dios siempre las ha entendido, y que las entiende hoy también. A pesar de que no podemos ocultarle nada, Dios no nos condena por nuestros pecados, sino que nos ofrece perdón. Por eso san Pablo les dice a los corintios que los tiene «prometidos a un solo esposo, que es Cristo, para presentárselos como una virgen pura». No es que los trate de vírgenes que llegan puras al altar, ¡sino de novias impuras que llegan al altar para ser purificadas por el novio con quien se van a casar!

El sabio Salomón nos dejó este proverbio: «Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón». Más vale que le confesemos a Dios nuestros pecados en vez de encubrírselos. ¡Nadie entiende esas cosas como Él!


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