Horacio Rivera
Horacio Rivera. (Pintor y escritor). Nacido en la ciudad de Panamá el 28 de junio de 1941, dio muestra de su arte desde temprana edad, siendo sus padres los primeros en advertir la extraordinaria habilidad con que dibujaba, estos fueron alentados por los hermanos de la Salle que también notaron esta destreza por el dibujo artístico. Los primeros estudios en las artes del dibujo y del color fueron dados por los esposos Roser y Cirio Oduber 1953 – 1954, motivado por las clases recibidas continuó con la pintora y profesora Argentina Amalia Rossi de Jannine y el maestro Juan Manuel Cedeño en la Escuela de Bellas Artes (1956-1958). En 1965 viaja a España ingresa en la Academia de Don Eduardo Peña (1965-1967). Ingresa en la Real Academia San Fernando y en la Escuela de Artes Aplicadas y oficios artísticos de Madrid en 1966. También cursa estudios de modelado en la Escuela Nacional de Cerámica Don Jacinto Alcántara. (Tomado de: Revista cultural lotería No. 434 enero-febrero de 2001). Biblioteca Nacional y Brochure de la exposición del Banco Nacional Tierras Indias 1990.
Dentro de la pintura panameña actual que desde lo figurativo a la abstracción pura ha logrado alcanzar cotas muy altas por la extraordinaria calidad de algunas obras -con las más variadas técnicas y estilos muy diversos, Horacio Rivera ocupa una posición especialmente destacada y singular por su devoción permanente, inflexible y radical al academicismo clásico, recreando sus modelos en el lienzo con una minuciosidad de orfebre.
No podría decirse si Horacio Rivera dibuja pintando o pinta dibujando para lograr esos cuadros que tienen algo o mucho de misterio, pareciendo enigmático también ciertos colores que utiliza, como esos ocres intensos y calientes de su predilección para los fondos, que parecen ser producto de un laboratorio de alquimista. Como sea, la paleta de Horacio Rivera tiene una riqueza cromática notable que le permite conseguir efectos sorprendentes por su gran plasticidad.
Para sus "bodegones" y "naturalezas muertas", Horacio Rivera elige sus modelos con esmero, ya sean instrumentos musicales, frutas, paños, peces, platos, botellas o un par de anteojos olvidados. Unos libros antiguos, un reloj de arena, un tintero o una vieja partitura rota. Luego ha de mover los objetos seleccionados cambiándolos de posición hasta lograr el efecto deseado por el necesario equilibrio de formas y volúmenes, y después inventa la luz. Una luz difusa y matizada que viene, o no viene, de parte alguna o de ninguna parte, para evitar contrastes bruscos y engañosos; pero que esta allí iluminando el cuadro en el lugar preciso, brillando en la garrafa de vino, en las maderas del violín, en el rosado lomo de los peces o en el cerrojo de acero del fusil.
La pintura de Horacio Rivera, tan característica y definitivamente personal, se concreta y manifiesta en una serie de composiciones que sorprenden por su impresionante perfección técnica, que no es producido solo de su temperamento, vocación artística y especiales aptitudes, sino también de mucho estudio y de incesante laboriosidad.
Como esta exposición demuestra, Horacio Rivera elabora una pintura definida, inconfundible, híperrealista, que es preciso contemplar una y otra vez con gran detenimiento para percibir debidamente las tenues veladuras, las sombras, los reflejos y la vibración del aire en torno a los objetos, atribuyéndoles la atmósfera precisa que permite al cuadro respirar.
Al margen de una serie de escuelas y tendencias que desde hace muchos años conducen a la plástica por rumbos divergentes, la obra de Horacio Rivera se encuadra plenamente dentro de la que en casi todos los países sigue cultivando una reducida minoría de pintores que se niegan tenazmente a desdeñar las formas, sin duda persuadidos de que la suya, la que hacen, es una pintura perdurable.
Tomado del catálogo de la exposición en el Banco Nacional realizada del 18 de agosto al 18 de septiembre de 1980.