¿Qué clase de gente estamos criando?
Casi seguro estoy de que somos la última generación de panameños en no temerles a nuestros hijos. Habrá miedo al llamarles la atención. Pánico de las reacciones
Casi seguro estoy de que somos la última generación de panameños en no temerles a nuestros hijos. Habrá miedo al llamarles la atención. Pánico de las reacciones al corregirlos. Horror al verlos como se conducen y muchos llantos al verles yertos o huyendo de la justicia. Y entonces, convertidos en nudos protectores contra la violencia de los suyos, padres, madres y abuelos se acordarán de las palabras leídas por los ostensiblemente incómodos “aleluyas”: ¡Bienaventuradas las que no parieron!
No hay que ir muy lejos para percatarse de lo que se nos viene encima si la producción de jóvenes malcriados, ignorantes y absurdos en Panamá continúa en franco crecimiento. La mejor vitrina para enterarse del producto humano que nos reemplazará dentro de muy poco y que nos entrega por remesas anuales cada vez peores nuestro sistema educativo son las tiendas de abarrotes de los chinitos. La desfachatez al hablar. La falta de respeto con los mayores de edad a la hora de pagar en la caja, pasarse a todos los que están en la fila estrellando el dinero en las narices de los asiáticos, diciendo obscenidades acompañadas con gestos como si fuesen gente de mal vivir, cuando no es así, suelen suceder como práctica obligatoria. En siete establecimientos que recorrimos para ver el comportamiento de los jóvenes fue igual y nadie se atreve a decirles nada.
Entendidos dicen que en la educación panameña falta mucha disciplina con los alumnos. Muchos aseguran que no es con castigos, rejo ni expulsiones que se podría remediar la situación y que no continúe la virtual fábrica de delincuentes. Cantidad enorme de pela’os salen de secundaria sin saber amarrarse los zapatos. Los Gobiernos deben recurrir al formato de los “tomasitos” en todo el país y en los tres primeros años hacer como los japoneses, que se limitan en ese tiempo a inculcar en sus niños valores, ética y cómo tratar a los mayores. ¿Digo yo?