Viva - 17/5/11 - 08:24 PM

El Vidajena

Por: Redacción -

Don Cástulo estaba muy orgulloso de su preciosa hija que era todo un paisito de primera calidad. Jilma vivía con su papá porque era huérfana de madre, quien falleció cuando dio a luz a esa chica que se convertiría en la más apetecida de aquel barrio pobre. La verdad es que el viejo Cástulo tenía razones de sobra para cuidar a Jilmita como si fuera un tesoro.

En diversas ocasiones el celoso papacito había tenido que tirar la mano con sus buaycitos buenos para nada que se la pasaban irrespetando a la guial y es que don Cástulo estaba dispuesto a beberse la sangre con cualquiera de esos tipos peor es nada si intentaban seducir a su adorada hijita.

El vétero quería casar a Jilmita con algún abogado de esos que son famosos arreglando los casos a favor del que mejor les pague y hasta de vender a sus clientes si había de por medio un buen botín. Cástulo quería llevar a su hijita al altar para entregarla en santo matrimonio a un man que fuera médico, ingeniero, político de esos camaleoneros que siempre están bien con todos los gobiernos, pero nunca a alguien que la maltratara y que la tuviera muerta de hambre en un humilde cuarto del patio limoso.

Jilmita se aburría en su chantin porque su padre no la dejaba salir a ningún lado menos bailar esos regué, ya que don Cástulo decía que en esos bailes de estos tiempos es en donde se pierden las guiales decentes. Que ya no es como en sus buenos tiempos, cuando las señoritas iban a los festejos acompañadas de sus mamacitas o de alguna persona respetable, como una tía que se había quedado para vestir santos. Entonces, decía el viejo, había respeto. Ningún paciero se atrevía a faltarle a una muchacha de familia.

Por aquellos días salió un anuncio en el periódico donde anunciaban un concurso de belleza para escoger a Miss Playa Salada. Se publicaron los requisitos: las chicas debían tener bonito cuerpo, rostro agraciado, tener instrucción y Jilmita acaba de graduarse en la secundaria.

Cuando su padre llegó cansado del trabajo y acabó de comer un plato hondo, bien colgado de mondongo, la chichi aprovechó para decirle a papi que ella reunía las exigencias solicitadas para concursar en el reinado de Playa Salada.

Cástulo, que estaba tomando un vaso de chicha de piña, casi se ahoga de la emoción y su hijita tuvo que darle unas palmadas en la espalda para salvarle de cantar el Manicero.

Cuando el buen padre hubo recobrado la calma le gritó a su linda hija que nunca, nunca iba a dar su consentimiento para que ella exhibiese su cuerpazo en un concurso de encueradas. Que ella tenía que portase como una chica decente y recatada y que solo el man que la llevara ante el cura, tendría el derecho de solazarse en la contemplación de su cuerpo sensual y curvilíneo.

Jilmita rogó, lloró y hasta se tiró al suelo revolcándose por la decepción sufrida, ella soñaba con ser coronada como Miss Playa Salada. Se hallaba completamente segura que iba a ser coronada reina de ese concurso.

Por más que suplicó Cástulo se mostró inflexible. Ella nunca sería blanco de las miradas lesivas de los pazguatos que iban a recrearse la vista mirando las curvas sensuales de las muchachonas.

El viejo pensó que había convencido a Jilmita, pero estaba equivocado. Mientras su padre sudaba la gota gorda en la construcción donde era capataz, la guial fue a las oficinas del concurso y se inscribió.

Cuando hubo logrado el primer paso camino al concurso, regresó al chantin, como santurrona y le preparó el mondongo a papá. Cástulo no sospechaba nada. Ah, pero, como decían unos cómicos hace unos años,


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