El Padre Nuestro
Quienes hemos realizado un camino de expresión de la fe (en cualquier credo religioso), sabemos que, en algunas ocasiones, nos basta un pequeño tiempo de peregrinaje religioso
“Estaba él orando en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ‘Señor, enséñanos a orar…’” (Lc 11, 1)*.
Cuando leemos aquella petición, podemos reflexionar que los discípulos de Jesús —quienes estuvieron más cerca de él, durante sus 3 últimos años en la tierra— tenían consciencia de dos cosas muy puntuales: No sabían orar y necesitaban aprender.
Dicha solicitud —“enséñanos a orar”— refleja la humildad de reconocer nuestra propia ignorancia y la humildad que requerimos para dejarnos aprender por otros… Aplica no solamente para la oración…
Quienes hemos realizado un camino de expresión de la fe (en cualquier credo religioso), sabemos que, en algunas ocasiones, nos basta un pequeño tiempo de peregrinaje religioso para dejarnos caer en la tentación de sentir que lo sabemos todo y que no necesitamos aprender nada.
Son esos lapsus en los que pecamos de osados y aquella posición la trasladamos a todos los ambientes en los que nos desenvolvemos a diario, y peor, proyectamos esas nocivas imágenes de Dios autoritario, señalador, juzgador, condenador e implacable. Nos sentimos con la sabiduría absoluta para determinar quién sí sabe orar y quién no sabe nada. Nos dejamos envolver por esa retórica de palabrería que se vanagloria de tener una comunicación directa con Dios…
Pareciera que a veces se nos olvida la enseñanza del maestro por excelencia: “Y, al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6, 7-8)*.
En circunstancias hemos caído en la osadía de pretender ser mejores oradores que el mismo Hijo de Dios, desmeritando la repetición y meditación de la fórmula que Él mismo nos enseñó: Padre Nuestro… ¡Cuán alto se ha elevado nuestro ego religioso! Nos hemos dejado caer en la tentación de minimizar e inclusive despreciar el rezo del Padre Nuestro (que no solamente es repetir la fórmula, sino meditarla a medida que la repetimos). Se nos olvida que Jesús —como buen judío— se sabía los salmos e inclusive rezaba con los salmos… Basta analizar las palabras que dijo Él, estando colgado en la cruz, y nos percataremos que son frases contenidas en diversos salmos. ¡Toda una riqueza de oración de la tradición judía!
En algunas veces, hemos convertido la oración en un “show” de emociones y sentimientos (carentes de humildad y compromiso), en una competencia de quién compone la mejor oración que supere a la ya enseñada por el Maestro, la cual, de por sí, ya contiene lo que de verdad necesitamos.
“Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre…” (Mt6, 9)*.