Opinión - 20/7/15 - 10:00 PM

Aceite

Por: Milcíades Ortiz Catedrático -

Como no querían que se dieran cuenta de que iban a tumbar un árbol sano, decidieron envenenarlo. Cubrieron su tronco con aceite. Poco a poco el hermoso árbol, con muchos años de embellecer el paisaje de la comunidad, fue muriendo. Después tuvieron la mejor excusa para tumbarlo y rellenar esa área con cemento. No les importó la sombra ni la cantidad de animales que vivían entre sus ramas. Tampoco que ayudaba a aumentar el oxígeno que tanto necesitan los seres humanos para vivir. En otro sitio fueron más radicales. En forma de anillo cortaron la corteza del árbol. Más allá unos empresarios iban a construir un edificio que costaba centenares de miles de dólares. No recibían el permiso de construcción porque había varios árboles en el terreno. Averiguaron con las autoridades a cuánto ascendía la multa más alta por tumbar un árbol. Esos cincuenta mil dólares que pagaron por derribarlos los pusieron en “gastos varios”. Y construyeron la mole de concreto y acero. Para poder ensanchar kilómetros de carretera en el interior tuvieron que tumbar centenares de árboles algunos con más de cincuenta años. En nombre del progreso huyeron miles de animales e insectos. Acabaron también con la refrescante sombra que producían estos árboles y disfrutaban los conductores. No sabemos si en los casos mencionados se obligó a reemplazar los árboles destruidos. Después nos quejamos del calor, la desaparición de especies, la falta de frutas o simplemente la belleza de esta riqueza natural. Menos mal que no todos en Panamá son “poco me importa” con los árboles. Fue grato escuchar el entusiasmo de la organizadora de la siembra de ochenta guayacanes amarillos en la Universidad Nacional. Cada uno representa un año de existencia de la casa de Octavio Méndez Pereira. También saber que van a reforestar las cuencas de varios ríos en Azuero para que no se sequen. Añada las labores de reforestación permanente que tiene la Autoridad del Canal de Panamá. No podemos dejar por fuera la siembra de árboles en escuelas y colegios, así como las acciones que realizan entidades cívicas para evitar que nos convirtamos en un desierto en pocos años. Lástima que todavía existan agricultores que destruyen árboles para hacer potreros. Y dueños de viviendas que no quieren tener un pedacito de jardín. No dejemos morir eso de “Panamá la verde”.

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