El hombre propone
Lo tenía todo planeado a la perfección. Se casaría con su amada labradora, que por cierto era bastante robusta, y la criatura que tendrían moriría poco después
Lo tenía todo planeado a la perfección. Se casaría con su amada labradora, que por cierto era bastante robusta, y la criatura que tendrían moriría poco después de nacer. Ante eso, su mujer no tendría más remedio que meterse a nodriza, y él, porro y haragán que era, se daría la gran vida.
Pero sucedió todo lo contrario: se casó, tuvo gemelos, y su pobre esposa falleció de sobreparto. Ante eso le tocó trabajar más que nunca, hasta la fatiga, para tener con qué alimentar a los gemelos, pues ellos comían como elefantes. De ahí la célebre frase: «salirle a uno las cuentas del cardador», pues el cardador de aquel cuento era el respetado autor Tomás de Kempis, quien, en su conocida obra titulada Imitación de Cristo, puso en circulación la sentencia, que se convirtió en refrán: «El hombre propone y Dios dispone».
Es importante resaltar que Tomás de Kempis no hizo más que poner en circulación la sentencia, pues lo cierto es que tiene otro autor. Aparece en el libro de los Proverbios como uno de los proverbios del sabio Salomón, traducido textualmente en la Nueva Versión Internacional de la Biblia así como reza el refrán: «El hombre propone y Dios dispone».
No hay duda de que a menudo en la vida las cosas nos salen al revés o muy diferentes de como las planeamos. Siendo así, ¿por qué será que tenemos la tendencia a proceder, al igual que Kempis, como si pensáramos que el futuro está en nuestras manos? Parece que es precisamente esa preocupación la que motiva al apóstol Santiago a llamarles la atención a los que hacen alarde sobre el mañana. Les encara su presunción, sin rodeos, en los siguientes términos: «Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: “Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero”. ¡Y eso que ni siquiera saben qué sucederá mañana! ¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. Pero ahora se jactan en sus fanfarronerías. Toda esta jactancia es mala».
Más vale que sigamos ese consejo, de modo que cuando hagamos planes, digamos de corazón y no de labios nada más: «Si Dios quiere». Así, en vez de salirnos las cuentas del cardador, se hará realidad en nuestra vida un proverbio más que nos deja Salomón: «Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán».