Opinión - 24/5/11 - 09:14 PM

El mulo y el pozo

Por: Hermano Pablo -

Había en cierta granja un mulo viejo que dio un paso en falso y fue a dar al fondo de un pozo. El pobre campesino, que era su dueño, oyó el desesperado y resonante rebuzno y se acercó al pozo. Sintió lástima de su mulo, pero después de pensarlo bien, decidió que no valía la pena tratar de salvar ni el mulo ni el pozo. Así que llamó a sus vecinos, les contó lo sucedido y les pidió que le ayudaran a llenar de tierra el pozo. De ese modo, el pozo serviría por lo menos como tumba, y el mulo no sufriría más.

Cuando comenzaron a lloverle los primeros montones de tierra, el mulo casi se muere del susto. Pero al sentir el golpe de la cuarta y la quinta palada, se le ocurrió una idea. Cayó en la cuenta de que cada vez que le caía encima un montón de tierra, debía quitársela de encima sacudiéndose, y dar un paso hacia arriba, pisoteando la tierra que caía. En efecto, eso es lo que hizo, golpe tras golpe, palada tras palada, montón tras montón.

«¡Sacúdete y sube! ¡Sacúdete y sube! ¡Sacúdete y sube!», se repetía en voz alta para no perder el ánimo. Aguantó el dolor de los golpes de la tierra que caía y sofocó la angustia que sentía, y así, sacudiéndose y subiendo, venció el pánico que lo invadía.

Después de mucho sacudirse y pisotear, y ante el asombro general, el viejo mulo, exhausto y maltratado, dio el último paso hacia arriba, por encima de la orilla del pozo, ¡y pisoteó triunfante la tierra firme del campo!

Esta simpática fábula ilustra el siguiente refrán: «Nadar río abajo no cuesta trabajo; nadar río arriba: ¡eso sí que cuesta fatiga!»

Pensémoslo bien. Si con la sola fuerza de voluntad somos capaces de nadar contra la corriente, ¿cuánto más podremos hacer en tiempos de angustia si acudimos a Dios? Con el Señor a nuestro lado, podemos vencer los obstáculos más imponentes de la vida. Esa fue precisamente la conclusión a que llegó David cuando el Señor lo libró del rey Saúl y de todos sus enemigos. De ahí que el salmista de Israel le dedicara al Señor los siguientes versos:

Me enredaron los lazos del sepulcro,

y me encontré ante las trampas de la muerte.

En mi angustia... clamé a mi Dios,

y... ¡mi clamor llegó a sus oídos!...

Me sacó a un amplio espacio;...

contigo, Dios mío, podré asaltar murallas.


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