Opinión - 13/10/13 - 01:17 AM

La necedad de aferrarse a lo mismo

VIVIMOS EN UN MUNDO QUE CAMBIA vertiginosamente. El que se aferra a pensar y a hacer lo mismo siempre, rechazando toda innovación, termina “oxidándose”, caduco y

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VIVIMOS EN UN MUNDO QUE CAMBIA vertiginosamente. El que se aferra a pensar y a hacer lo mismo siempre, rechazando toda innovación, termina “oxidándose”, caduco y obsoleto, sea a nivel personal u organizacional. Solo permanece la verdad sobre Dios y el hombre, manifestada en los dogmas de fe y en las reglas morales que fundamentan la conducta humana.

PARA ENFRENTARNOS AL CAMBIO, muchas veces sorpresivo, hay que fomentar la revisión de nuestras estrategias y acciones, el ingenio para ser creativos, la fortaleza espiritual y el desapego para dejar aquello que no funciona. De hecho si no estamos dispuestos a morir a cosas que fueron útiles, pero que ya hoy no responden a las exigencias del crecimiento y perfección, no tendremos la valentía para hacer los cambios y seguiremos haciendo siempre lo mismo y cualquier negocio o empresa, organización o trabajo se vendrá abajo.

EN LA VIDA MATRIMONIAL, por ejemplo, muchas crisis vienen provocadas por la rutina, la pérdida de creatividad e interés por cultivar la relación humana y en el fondo, por perder las ganas de superarse personalmente. Se confunde la vida de hogar con “estar cómodamente echados” en la casa, “empotrados en el sofá”, sin ningún interés en agradar al cónyuge y a la familia.

ES IMPOSIBLE CRECER SIN CAMBIAR. De hecho un ser vivo se distingue de uno que está muerto por la cantidad de cambios que se dan. El tener una visión de la vida, metas claras, renovándose para superar retos, es señal de que se está vivo y en movimiento. “Usted no puede llegar a ser lo que fue destinado a ser si permanece como es”. John Patterson dijo: “Solo los necios y los muertos no cambian de idea. Los necios no lo harán. Los muertos no lo pueden hacer”. No le tenga miedo al cambio; es una ley incambiable del progreso.

EL MÁS IMPORTANTE CAMBIO, la conversión. Rectificar el camino, cambiar el rumbo, dejar atrás el peso muerto del pecado, caminar por el sendero estrecho, tomar la cruz de cada día, acercarse lo más íntimamente posible a Cristo; ese el cambio más necesario para ser alabanza del Señor.


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