Meditación
“Camina, pues, el inocente al lugar del sacrificio con aquella carga pesada sobre sus hombros tan flacos, siguiéndole mucha gente, y muchas piadosas mujeres que con sus
“Camina, pues, el inocente al lugar del sacrificio con aquella carga pesada sobre sus hombros tan flacos, siguiéndole mucha gente, y muchas piadosas mujeres que con sus lágrimas le acompañaban. ¿Quiénes no debían derramar lágrimas viendo al Rey de los Ángeles caminar paso a paso con aquella carga tan pesada, temblando las rodillas, inclinando el cuerpo, los ojos mesurados, el rostro sangriento, con aquella guirnalda en la cabeza y con aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban contra él?
Entretanto, ánima mía, aparta un poco los ojos de este cruel espectáculo, y con pasos apresurados, con aquellos gemidos, con ojos llorosos, camina para el palacio de la Virgen; y cuando a ella llegares, derribado ante sus pies, comienza a decirle con dolorosa voz: ¡Oh, Señora de los Ángeles, Reina del Cielo, Puerta del Paraíso, Abogada del Mundo, Refugio de los Pecadores, Salud de los Justos, Alegría de los Santos, Maestra de las Virtudes, Espejo de Limpieza, Título de Castidad, Dechado de Paciencia y Suma de toda Perfección! ¡Ay de mí, señora mía! Dejo a tu unigénito hijo y mi Señor en manos de sus enemigos, con una cruz a cuesta para ser ella ajusticiado.
¿Qué sentido puede aquí alcanzar hasta donde llegó este dolor a la Virgen? Desfalleció aquí su ánima, y cubriéndole la cara y todos sus virginales miembros de un sudor de muerte que bastará para acabarle la vida si la dispensación divina no la guardadora para mayor trabajo y para mayor corona. Camina, pues la Virgen en busca de su hijo dándole el deseo de verle las fuerzas que el dolor le quitaba.
¡Oh, amor y temor del corazón de María! Llegando ya donde le pudiese ver, mirando aquellos dos hombres del cielo una a otro.