El Vidajena
La muy racataca Gemebunda tiene una numerosa familia en el pueblecito de La Guayaba. De vez en cuando, una de sus sobrinas viene a la capital y se hospeda en el cuarto de la vieja gorda y bochinchosa. Llama la atención de todos los vecinos del patio limoso que una doñita tan perequera y carente del menor atractivo físico tenga unas sobrinas tan lindas. En esta oportunidad apareció por la vieja casa de inquilinato una preciosa cholita, blanquita, de frondosa cabellera negra, ojos grises, de cuerpecito delgado, pero superbién formado, de mirada inocente y con una expresión lánguida como si reclamara a gritos a algún galanzote que la amara, ya que su pariente en el interior la cuidaba como el tesoro más valioso.
La guial se llamaba Dulce y acababa de cumplir los dieciocho añitos. Daba la impresión de ser una flor fragante a la que nadie había deshojado. Su mirada expresaba bondad y proyectaba unos deseos por complacer a todo el mundo en lo que le pidieran. Si tenía un