Las enormes deficiencias en el sistema educativo nacional se hacen más palpables y dramáticas fuera de las aulas que dentro de ellas. Hablamos del momento en que esos muchachos y muchachas egresados de las escuelas públicas y universidades estatales llegan a su primer trabajo en el sector privado, cualquiera que sea la disciplina en que se desempeñe.
Hoy en día el domino del inglés es casi de rigor, pero resulta difícil encontrar jóvenes que por lo menos hablen y escriban bien en su propio idioma. Comenzando por ahí.
También resultan decepcionantes las deficiencias en matemáticas y en cultura general. Lo que estamos produciendo en recurso humano es realmente deficiente, y un país no puede salir adelante a partir de ciudadanos mediocres en lo intelectual y lo moral.
Por ello resulta absolutamente necesario que el debate actual y los esfuerzos por modernizar el sistema educativo no fracasen como en ocasiones anteriores. En momentos en que la dirigencia educativa del país vuelve a sonar los tambores de guerra por la presentación del proyecto de transformación curricular, hay que hacer un llamado desesperado de atención a los actores involucrados en el debate sobre las reformas educativas.
Hay que tener en claro que las reformas necesarias son en extremo profundas y abarcadoras, y es imposible que una vuelta de 180 grados en el sistema se logre sin sacrificios duros de parte de los docentes, el MEDUCA, los padres de familia y los propios estudiantes.
El debate requiere de propuestas sobre la mesa, no de llamados reaccionarios a oponerse a todo lo que salga de una administración gubernamental. De derrumbarse los esfuerzos por reformar la educación en Panamá, esto no será una "conquista", sino una verdadera tragedia nacional.