Calles y avenidas
Los cerebros monumentales de la historia han hecho de las manifestaciones cumbres, los parajes solitarios para pronosticar el futuro, tornados en paradigmas místicos, lanzando a sus pueblos desde allí, los dictámenes anunciatrices de comunicaciones solventes, envueltos en consejos directivos minados de suspicacias consecuentes, y esto último hago yo, preocupado por esos mensajes consecuentes y depurados, elegidos sorpresivamente en los momentos de debilidad mental, desprendidos, huérfanos de aliento por la falta de motivación de un pueblo, que le expresa reverencia al infausto parto de los montes. Y esto tengo que cuestionarlo, donde cobra mayor interés el cuidado destinado a los pensamientos distinguidos, provenientes de ese manantial integral llamado inteligencia, dote privativo derivado de la excelencia intelectual, legado de pocas personas.
Una encuesta callejera expuesta a grosso modo por la televisión, endilgada a obtener el sentir de la población, se puede íntegramente escuchar lo descabellado e inaudito sobre los tranques, las calles y avenidas de la ciudad y sus contornos; ciertamente estamos rindiendo homenaje a la cursilería en Panamá. Ahora les atribuyen los tranques a los semáforos nuevos, a la cantidad de autos, dicen que hay que programar la entrada a los trabajos, levantarse más temprano, circulación por números de placas.
Pero nadie dice en esos cuestionarios que las vías datan de cincuenta años atrás y que la suma a seis carriles es urgente hacia Pedregal, Juan Díaz, Las Cumbres y Tocumen. He visto que los conductores suben los autos por los hombros inventando trochas para tomar delantera, otros colisionan, sin contar el costo de la gasolina y lo prohibitivo de las piezas si es que las hay en el mercado. Tenemos que inventar la criba por donde se consideran todas las filigranas resolviendo mayormente las calamidades imperantes.