Opinión - 27/4/11 - 02:06 PM

Estado de mendicidad

Por: Hermano Pablo -

Kevin Barry salía a trabajar todos los días, ya fuera invierno o verano, o ya hiciera frío o calor. No descansaba ni domingos ni días feriados. Es que Kevin era un mendigo. Aquel hombre de 44 años se mantenía pidiendo limosna por las calles.

Lo interesante del caso es que Kevin comenzó a recibir una jubilación por incapacidad laboral, pero la dependencia del estado que administraba esos asuntos determinó que desde esa fecha, el dinero que Kevin recibía en la calle se consideraría «donativos». Según los funcionarios estatales, aquellas entradas a modo de limosna ascendían a una suma de dinero tal que obligaba que se le redujera su jubilación por incapacidad.

Así es la vida moderna. En estos tiempos, para tener pan para comer, ropa y casa, hay que tener mucha habilidad y mucha iniciativa. Será por eso que hay tantos «profesionales de la adulación», «profesionales del delito» y «profesionales de la mendicidad».

No se puede negar que estamos viviendo en tiempos difíciles. Sólo unos 50 años atrás nuestro trabajo tenía que ver con la tierra. Había ciertamente muchos pueblos, pero la gran mayoría de las personas se abastecían de lo que la tierra producía.

Hoy nos hemos volcado hacia las grandes ciudades, y ellas no dan lo suficiente para tanta gente. De ahí que nos estemos volviendo «profesionales en el delito»: en el fraude, en la estafa, en el contrabando y en la prostitución, y hasta en la mendicidad.

Jesucristo contó la siguiente parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo:


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