Herencia perdida
La educación ha sido siempre un movimiento revitalizador que tiene sus raíces interiores en el interés de conocer, ese algo que motiva y preocupa al individuo con perseverancia, tras el deseo de comprender todo aquello que le inspira y mortifica.
Los pensadores fueron los precursores de las emprendedoras tareas enriquecedoras de perfil vitalicio de las reducidas generaciones cognoscitivas. Cecil Rodie con su escuela Nueva, Juan Jacobo Rousseau, rindiéndole homenaje a la naturaleza y a la soledad, José de Espronceda, la letra con sangre entra y se asienta, esto significa que todo nos cuesta trabajo y estudio. Fueron estos hombres constitutivos, sabios contribuyentes en la mutación de los movimientos formativos, sismos que dejaron huellas en el extrarradio intelectual-social en perpetuas alteraciones de sus estructuras interiores.
Para mi entereza, la educación en nuestros días va caminando en retaguardia, donde lo heredado por nuestros antepasados lo hemos dejado sorprender por el vacío de la incapacidad, pues los fundamentos que fortalecieron alentando el sistema, se han marchitado como una planta herida por la sequía. Y en esta refriega las instituciones que pudieron coadyuvar el éxito, desarmada han ido rindiéndose bajo condiciones onerosas y pusilánimes, entregando modosamente sus armas secretas, fabricadas por aquellos genios inquietos que utilizaron las noches para pensar.
Con un hogar dando los últimos destellos en franca desintegración, con una educación movilizándose de tumbo en tumbo reflejando extraña agonía, no hay millones de dólares que las puedan incorporar. Cuando el educador pierde autoridad ante el alumno, su educación se tambalea y empieza a languidecer. ¡Oh cerebro, poder maravilloso y privilegiado, rey del pensamiento y la razón!