La sorpresa y el asombro
Para interpretar los textos que nos narran la resurrección de manera adecuada, debemos ser capaces de poder asombrarnos ante ellos. Los apóstoles vivieron una situación abrumadora y desbordante. En la historia no se tenía hasta el momento ninguna referencia que pudiera ayudar ante tan colosal acontecimiento. Por lo tanto, analizar la narración de la resurrección sin hacer referencia a esta realidad no permite hacer justicia al texto bíblico.
Por ello, una nota característica de todos los Evangelios es la sorpresa y el asombro. Los apóstoles habían recibido noticias de la tumba vacía por algunas mujeres, además, dos de ellos comprobaron el hecho de que la tumba estaba vacía y que las mortajas aún estaban en el sitio. Luego los discípulos de Emaús se encuentran con el Señor de camino y les cuentan a los apóstoles. Y para esa altura contaban con el testimonio de san Pedro. Pero aun así, el Evangelio nos narra el encuentro con Jesús:
«Todavía estaban hablando de esto cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes”. Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?”», Lucas 24, 36-42.
No fue una idea la que se impuso a la realidad, sino que fue la fuerza de la realidad la que se les impuso.