El Vidajena
La pasieraza Orisana, aunque un poco viejona, todavía estaba en algo. A los 40 abriles había traído tres comearroces a sufrir penalidades a este valle de lágrimas. Su marido era un irresponsable y la tenía muerta de hambre con sus comearroces.
El quitafrío de Orisana, un tal Zeke, nunca respetó a la madre de sus rapaces. Andaba con mujercitas de la vida alegre y con ellas se gastaba todo el salario que devengaba en la construcción, y como ocurre con frecuencia, la acariciaba a golpes cuando Orisana no le tenía a tiempo el plato hondo colmado de mondongo y un par de flautas para refinar con el mondonguito.
Mientras Zeke le estaba dando del bueno a Orisana, esta le decía que los tres comearroces tampoco habían podido refinar y que se morirán de hambre y que ella se estaba poniendo flacuchenta por la desnutrición que se había apoderado de su cuerpo que en un tiempo fue curvilíneo.
Pero a Zeke no le importaban los clamores de la mujercita ni el llanto de los pela