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Sin embargo, estoy apartado de la familia

Redacción | Crítica en Línea

Para los que tenemos la dicha de haber nacido dentro de una familia extensa, con muchos tíos y primos, los recuerdos de la infancia son de eventos de fines de semana con decenas de niños corriendo, abundante comida y unión familiar.

Sin embargo, mientras va transcurriendo el tiempo, las cosas comienzan a cambiar. Los abuelos -patriarcas de la familia- ya no pueden valerse por sí mismos y pasa una de dos cosas: quedan en un asilo o en la casa del hijo predilecto (o el más pendejo).

La segunda generación se sumerge en trabajo, obligaciones y problemas; mientras que los niños se vuelven adolescentes y quieren parquear con sus amigos en arranques y trips a la playa; cualquier cosa menos que una aburrida visita la casa de los abuelitos.

Luego, mueren los abuelos, y todos los hijos, con sus propios vástagos acuden al funeral. Desde ese punto, cada miembro de la familia toma su propio rumbo, y solo se hablan ocasionalmente. Si acaso se reencuentra la familia cuando hay un matrimonio, quinceaños, fiesta navideña, u otro funeral. Poco a poco, una gran familia se va distanciando, y ni siquiera se conservan los números de teléfono de los parientes.

Esto está ocurriendo con frecuencia. Con 105 años de vida republicana, muchas de las familias que existen en el país tienen raíces en inmigrantes que vinieron a trabajar en el Canal de Panamá y el posterior boom económico que trajo esa obra. La mayoría de nosotros somos panameños de tercera, cuarta y hasta quinta generación.

Si partimos de 1903, nuestros árboles genealógicos no tienen tantas ramas realmente. Pero hay quienes ni siquiera conocen a sus primos hermanos, porque en algún punto de nuestras vidas o la de nuestros padres, sencillamente nos desconectamos.

La familia es en núcleo de la sociedad. Mientras más extensa es, mayor fortaleza debería tener. Pero si el dicho reza "la unión hace la fuerza", entonces podemos concluir que una familia dividida está debilitada.

Es el momento de llamar a esos hermanos, a esos primos, tíos y sobrinos. Hay que reorganizar una ida a la playa, esta vez con todos esos biznietos de los patriarcas de la familia que ni siquiera se han visto las caras, pero que llevan el mismo apellido.

No dejemos que la familia se desintegre.



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